martes, 25 de enero de 2011

un día cualquiera

El reloj del mundo continúa su pulso impasible, marcando el compás de cada movimiento como en una obra de teatro interminable donde millones de actores improvisan el papel de sus vidas.
Nada cambia. El ciclo se repite una y otra vez dejando atrás a quien se detiene a echar un vistazo. Ya no hay tiempo. Todos llegan tarde a contemplar su propia existencia como autómatas conectados al cerebro de la creación.
Envueltos en el tic-tac global, cada uno sigue su camino. El mismo laberinto de ruido y gente que nunca deja de fluir. Las caras son diferentes, pero son las mismas. Las conversaciones resuenan como un eco entre los edificios y chocan y se retuercen entre sí, repitiéndose como una triste balada. La banda sonora de nuestras vidas, que nos invita a formar parte de este caos en suspensión que es la ciudad, tan grandiosa y tan frágil.
De vez en cuando, una sonrisa perdida nos despierta del letargo, sacándonos durante un breve instante de nuestra ceguera permanente, destapando nuestras mentes y concediéndonos un ligero destello de conocimiento. Y luego todo sigue.
Los pasos, la rutina, la tristeza, la melancolía, el miedo, las risas y todos esos insignificantes aspectos que se entremezclan y luchan entre sí para incubar un día más a la humanidad.

“Un día cualquiera en la ciudad”